Costumbres: El gaucho, el mate y el caballo

El gaucho

El soberano sujeta el reparto de la tierra que ocupaba al sistema feudal, por medio de las "encomiendas", y grandes "mercedes", que acordaba a personajes que dejaban el cultivo del suelo o el cuidado de sus ganados en manos de proletariados. Vivió el colono peleando en las costas para salvar las nuevas poblaciones del saqueo y de las depredaciones de los piratas franceses, ingleses y daneses, que entonces infestaban los mares, y en el interior luchando con el indio, que defendía su suelo de la nueva ocupación, sin que por esto tuviera propiedad ni arraigo. Vivió sin hogar y sin familia. Este fue el origen de nuestros gauchos: a principios del siglo XVIII, Buenos Aires apenas contaba con un 3% de propietarios sobre su población total.

Este hombre vivía luchando con el arma al brazo para defender la propiedad de sus señores, trabajando al mismo tiempo para tender al pago de los fuertes impuestos del soberano y las gabelas y extorsiones de sus patrones; de manera que apenas tuvo sino lo muy necesario para vestirse y mantenerse, sin poder pensar jamás en radicarse al suelo para formar una familia, puesto que a más el gobierno prohibía nuevos repartos de la tierra.

Vivió así nómade y sin vínculos que lo ligaran a la sociedad, por cuya estabilidad luchaba empleando todas sus energías. La raza indígena era indómita e intratable, de manera que pocos puntos de contacto tuvo con ella, viviendo en continua guerra; lo que hizo que el gaucho porteño conservara en gran parte la pureza de la raza española.

 



El caballo

Para el gaucho, el caballo fue como una parte de sí mismo, y, cuando se daba el caso poco común de que no lo tuviese, decía "que andaba sin pies". Quizás por eso le dio tantos y tan diferentes nombres, cada uno de los cuales encerraba una verdadera definición de las condiciones del animal.

Pingo, flete, crédito, parejero, chuzo, matungo, maceta, mancarrón, sotreta, bichoco, etc. Pingo, flete y chuzo son denominaciones generales, aunque también suele usarse con sentido admirativo. Parejero era y es, exclusivamente, el caballo de carrera; crédito se le llamo al que, entre todos los de la tropilla, merecía más confianza para las ocasiones en que su dueño debía lucir sus habilidades, ya en el rodeo, una "yerra", una boleada o un largo viaje.

En cambio mancarrón, matungo, maceta, bichoco y sotreta son formas despectivas y se aplican a los caballos que carecen de algunas de las condiciones necesarias: velocidad, aguante, buen andar, lo mismo que a los animales viejos o mañeros, es decir, inservibles para el buen trabajo ganadero.

 




El mate

El origen de la yerba mate y su utilización se cuenta por siglos, y en sus principios se mezclan historia y leyenda.
Se dice que los indios ya la consumían, el nombre entre ellos era "caa-mate", palabra que se logra sumando un vocablo guaraní que con uno aparentemente quechua, como era "matí". "Caa" en guaraní significa yerba y "matí", de donde habría derivado "mate", es voz que en quechua denomina a una pequeña calabaza donde se bebía (bebe) la infusión. Apenas cien años después del descubrimiento de América, se adjudica a Hernando Arias de Saavedra - Hernandarias -, en 1592, el descubrimiento del uso de las hojas de yerba.

Según estos relatos, los indios que hostilizaban a los españoles llevaban, junto con sus armas, unos pequeños sacos de cuero excepcionalmente curtidos, conocidos como "gauyacas" en los que guardaban yerba mate semi molida y algo tostada, que acostumbraban tostar en sus largas andanzas o, adicionándole agua, la sorbían con pequeños canutos pulidos y secos, elaborados con cañas.

Algunas de estas narraciones, reflejan con extraordinaria fidelidad rasgos esenciales del medio y del ambiente, y cuánto significaba el mate para el mismo. Juan Parish y Guillermo P. Robertson, en su relato "El Vivac"(1815), expresan: "La primera distracción del gaucho, después de cumplido su afanoso trabajo, es el mate. De manera que, tan pronto como terminaban sus tareas, salían a relucir las rústicas y abolladas calderitas y enseguida podía verse a los hombres llenando los mates y chupando las bombillas, mientras caminaban a paso lento o bien permanecían sentados junto al fuego sobre una cabeza de vaca y fumando cigarrillos de papel. Era el preludio de la cena más suculenta que pueda imaginarse: sobre los fuegos, y ensartados en largas estacas de madera o en brochetas de hierro, inclinadas se veía una media docena de asados compuestos de las mejores partes del animal; el olorcillo de la carne asada, llenando el aire, abría cada vez más el apetito. Una vez todo en calma, los hombres cubiertos con sus ponchos rodeaban los fogones y seguían fumando cigarrillos y tomando mate".

Esa costumbre de inveterada cortesía del gaucho de antaño, subsiste todavía en el paisano actual: ofrece el mate y se toca el sombrero en un gesto de respetuosa deferencia hacia el invitado.

Forma parte de esa educación innata del hombre de campo, quizá por su alejamiento de los centros poblados y no estar sometido a las tensiones y modalidades de convivencia de los habitantes de las urbes importantes.

Identificado con la tradición y pueblo argentino, el mate se transforma, al margen de su carácter alimentario, en una verdadera simbología representativa, que en muchos casos todavía se sigue manteniendo, en particular en zonas alejadas del interior del país.